No seas incrédulo, sino creyente
Juan 20:27-29
“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”
Introducción
Jesús había resucitado, tal como lo había prometido. La misma tarde del domingo de resurrección, se apareció a los discípulos que estaban reunidos, atemorizados y con las puertas cerradas. No era un espíritu, era Jesús mismo con un cuerpo glorificado, pero real.
Sin embargo, aquel día faltaba uno: Tomás. Cuando los demás le dieron testimonio de lo que habían visto, él respondió con dureza:
“Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Jn. 20:25).
Su frase expresa más que duda: revela incredulidad y dureza de corazón. Y es ahí donde Jesús mismo interviene ocho días después, confrontando a Tomás con un llamado claro:
“No seas incrédulo, sino creyente.”
Ese mismo llamado sigue vigente hoy.
1. Jesús conoce nuestras luchas de fe
Lo sorprendente es que nadie le dijo a Jesús lo que Tomás había dicho en privado. Sin embargo, al presentarse de nuevo, el Señor repite exactamente las palabras de Tomás:
“Pon tu dedo aquí… mira mis manos…”
Esto nos recuerda una gran verdad:
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Jesús lo sabe todo de nosotros.
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Conoce nuestras dudas, nuestras debilidades, incluso las palabras que salen de nuestro corazón.
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Y aun así, nos sigue amando y buscándonos.
El salmista lo expresó así:
“Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo” (Sal. 139:6).
2. La incredulidad endurece el corazón
Tomás no rechazó la fe por falta de evidencia, sino por resistencia interior. Así sucede con muchos hoy:
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Algunos buscan solo la razón o la lógica.
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Otros viven marcados por decepciones pasadas.
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Otros simplemente no quieren rendirse a Dios.
La incredulidad no es solo duda, es un problema espiritual. La Biblia advierte:
“Cuídense… de que ninguno tenga un corazón pecaminoso e incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo” (Heb. 3:12).
Un corazón endurecido:
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Se niega a creer.
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Se niega a confiar.
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Se niega a cambiar de manera de pensar.
3. La fe es la llave del Reino
El evangelio se recibe por fe:
“Porque no me avergüenzo del evangelio; porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16).
Abraham es nuestro ejemplo: no titubeó, no se debilitó en la fe, sino que se fortaleció dando gloria a Dios (Ro. 4:19-22).
Jesús mismo lo dijo a Marta en Betania:
“¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn. 11:40).
Por eso, la incredulidad nos roba la bendición; la fe, en cambio, nos abre la puerta al poder y la gloria de Dios.
4. Bienaventurados los que creen sin ver
Jesús concluyó con una bienaventuranza que nos incluye a ti y a mí:
“Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Jn. 20:29).
Nuestra fe no es ciega ni irracional. Creemos porque tenemos razones:
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El testimonio histórico de los apóstoles (1 Jn. 1:1-3).
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El testimonio de las Escrituras (Jn. 5:39).
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El testimonio del Espíritu Santo en nuestro corazón (Jn. 6:63).
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Nuestra propia experiencia con Cristo (Sal. 34:8).
¡Creemos porque hemos gustado y visto que el Señor es bueno!
Conclusión
Jesús le dijo a Tomás: “No seas incrédulo, sino creyente.”
Ese mismo llamado es para nosotros hoy:
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No vivas dependiendo de señales o de lo que tus ojos ven.
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Vive confiando en la Palabra del Señor.
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Fortalece tu fe escuchando Su voz, orando, obedeciendo y caminando con Él cada día.
La fe no es una emoción pasajera, ni una fórmula mágica para obtener cosas. La fe es confianza plena en el carácter de Dios y en la suficiencia de Cristo.
Así como Tomás pasó de la incredulidad a exclamar:“¡Señor mío y Dios mío!”, también nosotros podemos vivir como verdaderos creyentes, firmes en la fe que vence al mundo (1 Jn. 5:4).